jueves, 22 de mayo de 2008

Noche en vela


En los pasillos de la clínica es noche continua, en la calle el reflejo del sol le hace fruncir los ojos. Son las cinco de la tarde y recién mañana a las diez va a poder volver a ver a Javier, los horarios son muy estrictos en terapia intensiva. Vaya a descansar, señora, le dijo el enfermero canoso. Antonio, se llama y se vería mejor detrás de un mostrador, despachando pan.
Liliana no quiere ir a casa, las chicas ya deben haber vuelto del colegio y últimamente están insoportables, se pelean por cualquier cosa, por el control remoto de la televisión, por un par de medias, por el teléfono. Y si no, se la agarran con ella, parecería que lo único que las une es el frente común contra la madre. Llama a Pedro, pero no quiere hablar con él, le deja un mensaje a la secretaria. ¨Dígale a mi marido que Javier está estable, que no hay novedad y que a la noche lo llamo a casa¨. Odia oír el tono impersonal que Pedro usa cuando lo llama a la oficina, parece un extraño al que no le interesa lo que le dice pero se ve obligado a atenderla y a contestar con monosílabos por cortesía. Marca el número de Santiago, tal vez tenga tiempo para un café. Necesita hablar con alguien. ¨Hola, soy yo. ¿Estás ocupado?¨ Santiago dice que no, que está en su casa, que está con licencia por estudio. Siempre está estudiando algo, Liliana hace tiempo que no le pregunta qué, un posgrado, un congreso, un curso. ¨Necesito verte. ¿Vamos a tomar un café a algún lado?¨ ¨Tengo fiaca de salir, ¿por qué no venís a casa?¨ Se hace una pausa. ¨Irene está de viaje¨, agrega justo cuando Liliana estaba a punto de decirle que prefería encontrarse en un bar. Hace más de veinte años que son amigos, desde la secundaria. A Santiago no le hace falta ninguna aclaración para darse cuenta de que ella prefiere hablar a solas con él. No es que Liliana tenga algo en contra de Irene, al contrario, le cae muy bien, pero hace tres años que está con Santiago, nada más, es imposible no verla como a una intrusa. Además Liliana le conoció demasiadas parejas a su amigo como para encariñarse con Irene.
Camina por la avenida Córdoba, el tránsito se va haciendo más enmarañado a medida que se acerca al centro. Le va a hacer bien hablar con Santiago, es un buen amigo, sabe escuchar. Cuando estaban en el colegio se gustaban, una vez se dieron un beso, en quinto año. Pero Liliana ya estaba de novia con Pedro y no pasaron de eso. Hace algunos años, durante una fiesta, sacaron el tema. Fue la única vez. Habían tomado mucho, Liliana tenía un vestido ajustado que le quedaba muy bien y Santiago estrenaba novia, una morocha que manejaba el escote como un arma. A ninguno de los dos le molestó quedarse charlando solos mientras la morocha bailaba con Pedro. Entre risotadas ambos estuvieron de acuerdo en que lo del beso había sido una pendejada, que nunca hubieran funcionado como pareja. ¨Sos demasiado buena mina para que yo te elija, me gustan más turritas¨. ¨Serán turritas, pero nada tontas. Ninguna te dura, apenas te conocen salen corriendo¨. ¨¡Pero qué bien la pasan mientras tanto!¨ ¨No te agrandes. Por algo estás siempre solo¨.
Liliana no le quiso contar por teléfono lo de Javier, tuvo miedo de ponerse a llorar. Una vez su prima Susy la llamó llorando y la situación resultó grotesca. Liliana no entendía más que palabras aisladas y tenía que pedirle una y otra vez que le repitiera lo que le estaba contando. Susy tuvo que repetir tres veces que había visto a su marido con otra mujer y, otras tantas, que él le había dicho gorda boluda.
Javier está en terapia intensiva, ayer lo internaron de urgencia. Coma alcohólico, dijeron los médicos. Tiene el hígado destruído y una úlcera que no para de sangrar. Liliana no entiende cómo llegó a ese estado y dónde estaba ella, por qué no hizo algo. Si Javier se muere, no va a aguantar la culpa. Y si no se muere, si sale de ésta, todo va a seguir igual, ella no va a hacer nada y él va a seguir tomando. Está segura. Le molesta pensar así, como si Javier fuera un mueble viejo al que no sabe dónde poner. A veces se le ocurre que la muerte sería un alivio para él, que acabaría con su soledad y sus manos temblorosas. Pero en el fondo sabe que se está engañando, el alivio sería para ella. Basta de conversaciones tontas para evitar los silencios, basta de disimular la pena y la rabia, basta de dejar mensajes inútiles en el contestador. Liliana se da cuenta de que está llorando, cómo puede pensar así. Javier no se puede morir. Javier siempre fue el más bueno de los dos, el más sensible. El artista, el sabio, el loco, la promesa sin cumplir. Cuando era chico asombraba a todos con sus salidas; una vez, no tendría más de seis años, le dijo al cura de catecismo que si Dios era como él lo describía, prefería no creer en Dios. A veces, después del cuarto vaso de vino, ese Javier reaparece.
Santiago abre la puerta y Liliana lo abraza, llorando. Siente el pulóver mojado pegado a la mejilla y los brazos de él envolviéndola, primero, y trantando de apartarla, después. ¨¿Qué pasa?¨ ¨Es mi hermano. Se está muriendo¨. ¨Pero, ¿cómo? ¿Qué pasó?¨ Liliana no responde, deshace el abrazo, se seca los ojos con la palma de la mano y lo mira fijo. ¨¿Tenés vino? Necesito tomar algo¨.
Cuando queda sola en el living se saca el abrigo y los zapatos y se recuesta en el sillón. Es agradable estirar la espalda y las piernas. Javier no se está muriendo, Javier no se está muriendo, repite mentalmente.
El borgoña le resulta áspero, pero reconfortante. Toman sin hablar, Liliana con la vista clavada en el piso de madera; cuando era chica vivía en una casa con ese mismo tipo de parquet, tantas veces estuvo en la casa de Santiago y recién ahora se da cuenta. ¨¿Me vas a contar?¨ Liliana niega con la cabeza y reclama más vino, mostrando el vaso vacío. ¨Estoy cansada, estuve toda la noche despierta. Tendría que ir a casa, darme una ducha y dormir un poco¨, dice y cierra los ojos. Ve a Javier, lleno de cables y tubos. Está muy flaco. Liliana piensa que si su mamá estuviera viva, querría salvarlo con un buen plato de ravioles y un rosario a la Virgen de San Nicolás. Para ella no existían problemas que no se pudieran solucionar con comida o con rezos. Pobre Javier. El médico dijo que no siente nada, que es como estar dormido. ¨Dame más vino¨. ¨¿No estás tomando mucho?¨, pregunta Santiago mientras le llena el vaso. Por toda respuesta, Liliana vacía el contenido de un trago. ¨Abrazame¨, le pide. Cierra los ojos y siente la mano de Santiago acariciándole el pelo, la respiración calma, el olor a tabaco. Javier tiene un tubo metido en la boca, no se puede dormir así, qué clase de sueños puede tener con un tubo raspándole la garganta. Además, él siempre durmió boca abajo, desde chiquito. Por eso se la pasaba protestando durante todo el viaje a Mar del Plata y no dejaba dormir a nadie. Liliana no pudo quitar la vista del monitor mientras estuvo junto a su cama, la línea del electrocardiograma atestiguaba que aún estaba vivo, que ese casi cadáver seguía siendo su hermano. Los médicos dicen que está estable. ¿Estable, Javier? Es gracioso, él también se reiría, con esa risa metálica que por momentos se atora y por momentos fluye, como un desagüe obstruido a medias. Sin pensarlo, Liliana pasa la mano bajo el pulóver de Santiago y le acaricia el pecho, muy despacio. Siempre con los ojos cerrados, hace bajar la caricia al pantalón para sentir a través de la tela, las piernas tensas y el sexo firme. Santiago se revuelve en el sillón, nervioso. Aunque no lo ve, ella sabe que se debe haber puesto colorado, siempre se sonroja, por cualquier cosa. Pero Liliana no quiere pensar en eso, no quiere pensar en nada, quiere seguir frotándole el sexo a través del pantalón para sentir cómo se pone cada vez más duro. Él no la deja seguir, le agarra la muñeca con fuerza, la aparta, la recuesta en el sillón. En todo ese tiempo, Liliana no abre los ojos, está mareada y un poco avergonzada. Llora, llora un largo rato, mientras Santiago le acaricia el pelo. Llora hasta quedarse dormida.
Es de noche cuando se despierta; está tapada con una frazada y tiene una almohada bajo la cabeza. Sobre una silla encuentra el abrigo y la cartera y los zapatos están junto al sillón, donde los había dejado. Santiago duerme en el dormitorio, sobre la cama sin desarmar. Ni siquiera se sacó los zapatos.
Liliana va al baño y mete la cabeza bajo el agua fría. Después se recoge el pelo bien tirante, se maquilla, sólo un poco de rimel y de lápiz labial, y se va. Piensa en dejar una nota, pero qué podría escribir. En la calle toma un taxi para ir al sanatorio. Pedro debe estar preocupado, en el teléfono hay cuatro mensajes con su voz cada vez más tensa. Qué va a decirle. Que lo tenía desconectado, que en el sanatorio no permiten usar celulares, que se le pasó la hora y se olvidó de llamar, que lo ama y que no se preocupe, que cualquier novedad, le va a avisar.

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