lunes, 19 de mayo de 2008

El mar

Selso no conoce el mar, en su país no hay, y aquí donde vino a trabajar, entre el dinero que manda a su familia, el alquiler de la pensión y las llamadas desde el locutorio clandestino, no le queda plata para ir a conocerlo.
La ventana de la pieza da al paredón de una fábrica abandonada que alguien pinto de azul, azul profundo. Selso imagina que ese es el color del océano. Todas las noches antes de acostarse, se sienta a mirar el muro.
Ansía poder traer a su familia, aquí no lo tratan bien ni tiene un buen trabajo, pero al menos tiene uno. Sueña con llevarla a conocer el mar.
En la obra donde trabaja, el arquitecto y el patrón siempre hablan de las vacaciones en la costa, sobre todo ahora que es verano.
Todas las noches, Selso se sienta apoyando los codos en el alféizar de la ventana, y mirando la pared de enfrente, imagina las olas. Así retarda el sueño que lo llevará a otra mañana de trabajo y a otra y a otra....
A veces le viene un sopor y le parece ver en el azul, al otro lado de la calle, algo que se mueve en el fondo, un velero, sí, un velero, no, un barco, es muy lejos para un velero. El sol está alto y atropellador, Selso traspira, pero no es como cuando lo hace en la obra.
Bajo la sombrilla, él y su mujer desenvuelven unos sandwiches de milanesa, ella llama a almorzar a los chicos que juegan junto a las olas.
Todos lo saludan con respeto, él es el que levanta las casas donde ellos viven.
Y así se duerme Selso, sentado en la silla, mirando el paredón de enfrente.

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