martes, 13 de mayo de 2008

Extranjeros

- Hola.
- Hola. Estás hermosa.
- Danke.
- El auto está a media cuadra, no había dónde estacionar.
- Claro... es viernes.

No tendría que haberme sorprendido que el auto fuera un Mercedes, tendría que haberlo sospechado, la manera de vestirse de Tomás era indicio suficiente. Pero me sorprendí y lamenté haberme puesto la musculosa de batik, me quedaba bien pero el contraste convertía al auto en algo monstruoso.

- Wohin willst Du gehen?
- Ich weiss es nicht.
- Lass mich entscheiden, bitte.
- Ja, sicher.

Era un juego, ninguno de los dos se sentía cómodo hablando alemán. Pero era lo único que teníamos en común y, además, había sido su excusa para acercarse en el bar de San Telmo. Yo había ido con Alexander, un alumno de español. Tomábamos cerveza y charlábamos a los gritos, para competir con el volumen exagerado de la música. Alexander estaba contándome lo maravilloso que había sido para él viajar en tren a Ituzaingó; me fastidiaba que sonara tan parecido a una novela de Salgari, los peligros, el exotismo, el temor, la victoria. Cada cinco palabras decía una en alemán, era evidente que a él el relato lo entusiasmaba. Tomás se acercó a nuestra mesa, se disculpó por haber escuchado involuntariamente la charla y se presentó diciendo que era hijo de alemanes, como si eso justificara la intromisión. Pronunciaba en forma impecable, con un rastro de acento bávaro, pero se equivocaba con las declinaciones. En cuanto pudo cambió de idioma y siguió la charla en castellano. O tal vez fue Alexander quien impuso el cambio, en cinco meses volvería a Alemania y su propósito era aprovechar cada segundo para aprender español.

- ¿Qué viniste a hacer a la Argentina?
- Estoy con una intercambia de estudios.
- ¿Hace mucho?
- Desde tres meses, sí. Pero yo hablo un poquito español antes porque siempre fui en España en vacaciones. En Tenerife.
- ¿Y te gusta Buenos Aires?
- Sí, claro, muy bonita. Y la gente muy copada. Yo hago, tengo, buenos amigos aquí y yo me gusta mucho la... wie sagt man, die Lebensweise?
- La forma de vida.
- Claro, sí, eso. La forma de vida de los argentinos.

Alexander se sometía al cuestionario con una sonrisa complaciente que a mí me resultaba insoportable. Cientos de veces había respondido a las mismas preguntas desde que estaba en Buenos Aires y, sin embargo, seguía contestando con amabilidad imperturbable. Me dediqué a ultimar los maníes que quedaban, consciente de que aumentarían mi sed y de que se me había terminado el chopp y no tenía plata para otro. Tomás me pareció un pedante, todo en él me caía mal, su vaso de whisky, su Belgrano-deutsch, su pelo rubio y su piel tostada. Me aburrían. Los dos me aburrían, Alexander y él.
Dejé de prestar atención a la charla y me dediqué a mirar a la gente que, poco a poco, había ido llenando el bar. Mientras me chupaba la sal pegada en los dedos localicé a un morocho de barba que me miraba desde la barra. Me hizo acordar a Miguel, los mismos ojos oscuros y grandes, las mismas facciones árabes. En las buenas épocas solíamos imaginar cómo serían nuestros hijos, cuando los tuviéramos, beduinos achinados o japoneses narigones.
Después de media hora de parloteo, Alexander se tomó un respiro y fue al baño. Recién en ese momento Tomás me dirigió la palabra, como si antes yo no hubiera estado sentada a la misma mesa.

- Y vos, con esa hermosa cara oriental... ¿cómo es que sabés alemán?
- Todavía no nos prohibieron aprender su idioma.
- ¿Nos prohibieron? ¿A quiénes?
- A los extranjeros.
- ¿Y cuál es tu relación con el deutsche?
- Es mi alumno de español.

Me pareció la respuesta más sencilla, qué importancia tenía que nos hubiésemos acostado un par de veces, que al principio hubiera creído que me estaba enamorando, pero que eso siempre me pasaba, y que aunque me parecía un buen tipo ya me estaba cansando de él, que ya no le daba clases sino que charlábamos mientras paseábamos por el circuito turístico y eso me aburría y, encima, no me pagaba porque se suponía que ahora éramos amigos.

- ¿Siempre le das clases en bares?
- ¿Por qué?
- Pregunto. Me parece extraño.
- Extraño, extranjero, fremd. A los alemanes les encanta esa palabra.

Miré la barra, Miguel con barba me miró, sonrió y después le dijo algo al barman. Tomás anotó mi número de teléfono en una servilleta y se fue antes de que Alexander volviera del baño. El falso Miguel y el barman charlaban y se reían.
El auto dobló por Libertador. Mientras Tomás describía el restaurante al que estábamos yendo, aproveché para hacer un inventario. Chomba polo, reloj de oro, zapatos relucientes. Miré por la ventanilla para no reírme, Tomás parecía gastar más en ropa que yo en alquiler. Pasé revista a mis últimos levantes, un músico, un profesor de filosofía, un electricista, un estudiante alemán, un psicólogo. A pesar de mi eclecticismo nunca había estado con un empresario. A través de los vidrios polarizados la ciudad se veía como una escenografía mal iluminada.

- ¿Puedo abrir la ventanilla? Tengo un poco de frío.

Tomás sonrió y apretó un botón del tablero. Me pareció que me miraba los pezones, a los que sentía en lucha contra la delgada tela de la musculosa. Acerqué la cara a la ventanilla y el aire caliente y húmedo me regresó a Buenos Aires. Tomás apagó la música, según él Frank Zappa no se llevaba bien con el ruido del tránsito.
Los manteles, las velas, el pianista, la comida, todo lo prometido estaba ahí, recordándome que yo tenía puesta una musculosa desteñida. Tomás hablaba y hablaba. No se cansaba de preguntarme si yo había estado en Frankfurt, Stuttgart, Weimar, Berlin, Hamburg, Köln. Cuando mi respuesta era afirmativa, parecía un chico con el número premiado de una rifa. ¨¿Sí? ¿Estuviste? ¡Yo también! ¿Viste qué hermosa la catedral? ¿Y la peatonal? ¿Fuiste al Kunstmuseum?¨ Me pregunté de qué hablaríamos cuando se agotara el mapa de Alemania.
Hablamos de mí. En realidad, él preguntó y yo recité el mismo discurso que venía repitiendo hacía meses. Que hacía un año había regresado a la Argentina, que me acababa de separar, que tenía algunos alumnos pero estaba buscando trabajo. ¨Yo te puedo ayudar. Tengo muchos amigos en empresas alemanas, tenés que hacerme llegar tu currículum¨. Me sentí en desventaja. El auto, el restaurante, el vino carísimo, todo eso se lo podía meter en el culo, pero el posible trabajo parecía acercarse a mi precio. No me gustó pensar así, nunca antes había pensado así.

- ¿Tomamos el café en otra parte?
- Bueno.
- El mejor café de Martínez se prepara acá cerca, a unas pocas cuadras.
- ¿Esto es Martínez? No te rías, para mí desde la General Paz hasta San Isidro es todo lo mismo.
- Porque no conocés. Tenés que venir más seguido. Yo voy a ser tu guía en zona norte, vas a ver. La próxima vez vamos a ir a un restaurante en la parte vieja de San Isidro, te va a encantar. Bueno, llegamos.
- ¿A dónde?
- A mi casa. Mi café es el mejor de Martínez.

Entramos acompañados por la mirada del hombre de la garita. ¨Ponete cómoda, ya vuelvo¨. El living era más grande que todo mi departamento. Sobre un Blüthner de media cola había cuatro portarretratos que repetían las imágenes de dos nenas rubias, en Disney, en la playa, en el colegio, en la nieve. Detrás del piano, una puerta de vidrio se abría a un jardín con pileta.
Tomás apareció con una botella de champagne y dos copas. Extra brut y del mejor, sabía elegir. ¨Se me acabó el café¨. La situación me resultó grotesca, pensé que era una lástima que yo no tuviera quince años y fuera virgen para completar la escena. Escondí las ganas de reirme dentro de la copa.
El champagne me emborrachó lo suficiente como para que no me importara nada. Me acuerdo de lo que pasó pero no tengo imágenes, como si me lo hubiesen contado. No sé, por ejemplo, cómo era la habitación, de qué color eran las sábanas, quién se desvistió primero. Sí sé que cuando le vi los hombros llenos de pecas sentí ganas de llorar y que en algún momento no podía dejar de pensar en las subordinadas adjetivas, al día siguiente tenía que darle clases a un chico de segundo año, al que no había manera de hacérselas entender. No tengo imágenes de su cuerpo desnudo, salvo las pecas, y tampoco recuerdo qué hicimos exactamente. Sé que él acabó en seguida y que yo nunca me excité. Me acuerdo con claridad del baño con venecitas azules y una bañera antigua, con patas. Me acuerdo también de un espejo enorme y muy iluminado en el que me miraba y no podía parar de reírme, tapándome la boca con las dos manos. Era graciosísimo el contraste entre las partes oscuras de mi piel y las marcas blancas de la bikini.
Dormí todo el viaje, desde Martínez hasta Caballito. Recién abrí los ojos frente a la puerta de mi departamento, con la sensación de que hacía varios minutos que Tomás estaba tratando de despertarme.

- Te llamo.
- Ahá.
- ¿Estás bien?
- Sí.
- ¿Lo pasaste bien?
- Sí, claro.
- Wiedersehen, mein Schatz.
- Chau.

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