martes, 7 de octubre de 2008

La llamada del mutismo tieso

No supo en que momento pasó del sueño a la vigilia.
Tenia los ojos cerrados pero podía escuchar todo lo que sucedía a su alrededor. Ensayo abrirlos, pero por más que se esforzó los parpados y los músculos del cuerpo estaban tiesos.
A veces le pasaba.
Los médicos nunca habían dado con un motivo. Aparentemente era psicológico.
Lo único que podía hacer era no asustarse, la parálisis nunca duraba más de tres o cuatro minutos.
Oyó la vos de su esposa en la otra habitación hablando con alguien.
No pudo distinguir lo que decían, solo el tono. Eran su hijo y su mujer. Estaban discutiendo sobre algo. No se llevaban bien, pero jamás habían discutido de esa forma.
Hablaban en vos baja, notaba resentimiento en las voces, le pareció escuchar un llanto.
¿Que hacia su hijo a esa hora en la casa?
Algo andaba mal, ya tenía que haber salido de la crisis.
Quiso llamar a su mujer, pero era como si no tuviera boca. Ningún sonido salio de ella.
Entraron en la habitación, por los movimientos eran dos personas. Olían a colonia de hombre recién puesta.
Alguien se puso a Hurgar en su placard haciendo ruido con las perchas.
-Este azul oscuro me parece que va andar.
-Dale, que te ayudo a vestirlo.
-Deja ya viene la ambulancia, lo hacemos nosotros en la funeraria.
Le exploto la cabeza. Entre las voces reconoció la de su amigo y medico de cabecera.
Necesitó gritar, quería decirles que estaba vivo.
Percibió el perfume de su mujer entrando en la habitación. Se acerco, luego de acariciarlo le dio un beso en la frente, y lo cubrio con la sabana hasta la cabeza antes de irse.
Un alarido, le nació en la mente y de allí no salio.
Aulló, bramo, y no paro de hacerlo hasta que el chillido se convirtió en un ronco estertor.
La ambulancia, el olor rancio de las flores, los llantos y el sonido de gente desfilando a su alrededor, dejaron de tener sentido.
El tiempo se detuvo.
El olor acre del estaño fundiéndose para soldar la tapa del cajón y el silencio, le trajeron resignación, un sosiego que nunca antes había conocido. Cuando sintió las primeras paladas de tierra sobre el cajón, pensó, que por su bien, ojala esto fuera la muerte.

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